Salvador Naya Fernández (Bregua, Culleredo, 1962) es catedrático de Estadística e Investigación Operativa del Departamento de Matemáticas de la Universidad de A Coruña y, hasta hace unos meses, vicerrector de Política Científica, Investigación y Transferencia. Es, además, un experto en la aplicación de datos en inteligencia artificial, un área que presenta muchas posibilidades en el sector sanitario y en el que ya se están desarrollando proyectos de investigación en la provincia. Licenciado en Matemáticas y doctor en Ingeniería Industrial en el área de materiales, ha investigado y dirigido tesis sobre su aplicación en diversas áreas de ingeniería y también de salud, con estudios sobre la degradación de biomateriales. El profesor Naya pertenece al grupo de investigación en Modelización, Optimización e Inferencia Estadística (MODES) y al Centro en Tecnologías de Información y la Comunicación (CITIC) de la UDC. Con él hablamos sobre las oportunidades y los desafíos que traerá consigo el desarrollo de esta tecnología.
Actualmente tenemos un proyecto muy importante a nivel europeo, el European Digital Naval Foundation (Edinaf), liderado por Navantia y del que formo parte como responsable de investigación. En él participan ocho países y 31 empresas, y cuenta con una financiación de 30 millones de euros. Hay varios grupos de investigación que están trabajando sobre ello, centrados en la parte TIC y, sobre todo, en el gemelo digital y la Internet de las cosas (IoT). También se han incorporado un grupo de videojuegos y otro de ética —que es algo a tener muy en cuenta—. En concreto, este proyecto tiene como objetivo que los nuevos barcos fabricados en distintos países europeos sean compatibles en su parte digital. Se trata de un programa muy potente.
Hay muchos. Por ejemplo, formo parte de los comités del CapTech Naval y del de Simulación —grupos de capacidades tecnológicas de la Agencia Europea de Defensa— del ámbito marítimo, que se encargan de la investigación para defensa en este campo. También hacemos simulación, que cada vez está más de moda, porque la potencia de los ordenadores actuales y los modelos desarrollados permiten replicar situaciones cada vez más reales, e incluso modelos híbridos en los que se combinan datos reales y simulados —también llamados sintéticos—. Y esto tiene aplicaciones en muchos ámbitos más allá de la ingeniería, como la medicina. Casi todo lo que se hace en un campo se puede trasladar a otro. Por otra parte, participo en un proyecto del Instituto Nacional de Estadística para analizar datos sobre turismo, y aspiro a poder hacerlo también en otro relacionado con la impresión tridimensional de órganos, en el que hay una parte de control de procesos que implica el uso de grandes cantidades de datos. Espero que nos sea concedido.
Los datos son el quid de la cuestión. Se dice que son el petróleo de la inteligencia artificial, pero creo que son incluso más importantes, porque el petróleo se agota, mientras que los datos no. Cada vez hay más y quien posee los datos acumula poder. Conforman la savia de la IA. Si los datos son malos o están sesgados, los sistemas de inteligencia artificial van a replicar esos sesgos. Lo hemos visto durante la pandemia, con fallos a la hora de contar contagios e, incluso, fallecimientos. Muchos venían mal tomados o mal cribados. En medicina se trabaja mucho con “datos censurados”, que generan incertidumbre. Los estadísticos intentamos analizarlos, corregirlos, pulirlos y darles la mayor calidad posible para que puedan ser utilizados para entrenar modelos usando técnicas de machine learning o deep learning, que se han puesto tan de actualidad. En estos momentos, estamos inundados de datos.
Hoy en día muchas personas disponen de relojes inteligentes que controlan la frecuencia cardíaca, la tensión arterial o el número de pasos que damos. Toda esa información puede alimentar nuestro historial médico. Uno de los campos en los que se puede trabajar mucho es utilizar los datos y la inteligencia artificial para que el facultativo cuente con más información.
Creo que son una ayuda, pero no la veo como una amenaza que vaya a sustituir a los excelentes profesionales sanitarios con los que contamos. Van a ser ellos quienes tomen las decisiones. Sería una pena que se dejaran en manos de sistemas de inteligencia artificial, por muy buenos que sean. Siempre tiene que haber un profesional supervisando, pero creo que se trata de un instrumento fundamental en el ámbito sanitario. Lo veremos cada vez más, porque las nuevas generaciones de médicos, al ser nativos digitales y estar muy bien formados, tienen mucha más facilidad para utilizar estas herramientas y otras como las gafas de realidad aumentada, que ofrecen nuevas posibilidades.
Tenemos el ejemplo claro de las imágenes. A través de una simple foto hecha con el teléfono móvil podemos obtener una cantidad enorme de información y ayudar a detectar posibles tumores o problemas de piel, por ejemplo, al correlacionar esa fotografía con millones de casos registrados. Ocurre lo mismo con las imágenes radiológicas, pero también con los sonidos, que es un ámbito muy interesante. El año pasado, durante una visita al Instituto Tecnológico de Massachusetts, conocí un trabajo con el que, grabando al paciente toser y analizando el sonido, se puede pronosticar si tiene Covid-19 o no. Parece ciencia-ficción, pero tiene una eficacia del 99 %, casi mejor que los test. En estos momentos también se está desarrollando un proyecto con el que se estudia la probabilidad de tener Alzheimer a través del análisis de la voz, que cambia cuando tenemos un problema. Es una de las cuestiones que más me han sorprendido. Sin embargo, no es necesario ir tan lejos: conozco aplicaciones muy interesantes en el propio Chuac. En radiología hay programas de IA para el diagnóstico de fracturas, o el procesamiento de imágenes en el ictus agudo que ayudan a los especialistas a la toma de decisiones. En todo caso, siempre debe haber un sanitario para la toma definitiva de decisiones. Las imágenes son muy importantes, pero al final no se tratan imágenes, sino pacientes. Siempre será mejor que sea un sanitario quien decida y no una máquina.
Todo lo que tiene que ver con el diagnóstico y la medicina personalizada es muy interesante, porque cada paciente es diferente. Contar con datos que nos permitan estudiar a cada uno de forma individualizada utilizando los datos que su móvil recoge sobre él cada día y combinarlos con pruebas de laboratorio y radiología abre la puerta a tratamientos muy específicos. Esa medicina personalizada puede suponer un gran salto y, además, a nivel de gestión puede optimizar mucho los gastos innecesarios o la sobremedicación de los pacientes. También será muy relevante la investigación en nuevos fármacos, con unas posibilidades enormes. Ya se están generando, con modelos de inteligencia artificial, situaciones que serían imposibles de otra manera por el tiempo que supondrían. Hay proyectos como utilizar el veneno de las avispas para suplir ciertos fármacos u otros en los que la IA se emplea para simular todas las posibles variaciones de cierto tipo de moléculas con el objetivo de encontrar una solución ante una posible crisis por la pérdida de eficacia de los antibióticos. Y, desde luego, también será muy útil para prevenir y predecir enfermedades.
Sí, de hecho está naciendo una nueva ciencia, la radiogenómica o radiómica, en la que se combinan las imágenes con los datos genómicos del paciente. Eso aporta una cantidad de información enorme que probablemente va a optimizar el diagnóstico. También podríamos hablar de los gemelos digitales, que surgieron en la industria y hoy se emplean en todos los ámbitos. Con ellos podemos simular ciertos problemas de salud o incluso operaciones quirúrgicas. En este sentido, las gafas de realidad aumentada también pueden ser muy útiles para ayudar a los cirujanos. Se trata de iniciativas que ya son una realidad y han venido para quedarse, al igual que otros desarrollos tecnológicos. Tenemos el caso de Neuralink, que recientemente hizo una demostración en la que, a través de un implante, un paciente que ha perdido parte de la movilidad muscular pudo utilizar el cursor de un ordenador y jugar al ajedrez con la mente.
Hay muchas iniciativas que se están poniendo en marcha en colaboración con el Instituto de Investigación Biomédica de A Coruña (Inibic) o a través del Centro de Investigación en Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (Citic). Contamos, por ejemplo, con grandes proyectos relacionados con imágenes y otros centrados en la calidad de vida de las personas mayores. También existen relaciones de colaboración entre el Citic y la Asociación de Padres de Personas con Parálisis Cerebral (Aspace), que están desarrollando una iniciativa muy bonita de talentos inclusivos. En ella participan pacientes, alumnos de institutos de la comarca y los propios investigadores para resolver problemas de la vida diaria que tienen estas personas, desde disponer de un mando de televisión adecuado a utilizar un dron que lleve objetos a quien no se puede mover. Es uno de los proyectos de los que me siento más orgulloso. También tiene mucho potencial la impresión de órganos en 3D, en colaboración con el biobanco del Chuac. Las relaciones de colaboración que mantenemos aportan un valor cualitativo diferencial. Es el modelo que tienen en las grandes universidades estadounidenses.
Será de mucha ayuda en todos los campos del saber y ya hay quien habla de que dará a los humanos un poder que no teníamos antes por la gran cantidad de información con la que cuentan —básicamente, todo lo que está disponible en internet—. Contra eso no podemos competir. Ya hay ejemplos en el pasado en los que las máquinas han superado a las personas en ciertas cuestiones: Deep Blue derrotó a Gary Kasparov en ajedrez en 1996, y AlphaGo lo hizo en el go contra Lee Sedol en 2016. Aplicada a la sanidad, la inteligencia artificial generativa —como ChatGPT— va a ofrecer muchas posibilidades y permitirá encontrar información de una forma mucho más rápida. Será de gran utilidad. También podemos hablar de cómo serán los robots cuando sean las propias máquinas las que los diseñen, porque tal vez no tengan nada que ver con lo que nosotros hemos hecho hasta ahora.
Creo que eso sería intentar ponerle puertas al campo. Además, muchos de los que apoyaron esa solicitud estaban investigando en la misma materia. Querían que algunos se detuviesen mientras ellos continuaban avanzando.
Uno muy importante: el ético. Hay que tener muy en cuenta la privacidad de los datos y su manejo, como hemos visto hace poco en España con la prohibición del escaneo de iris que estaba llevando a cabo una empresa. En este sentido, hay países más restrictivos y otros que lo son menos. La Unión Europea tiene una de las normativas más estrictas en este sentido, pero también de las más proteccionistas. Yo prefiero vivir en un lugar así, aunque sé que no se van a producir tantos avances como en otros países en los que se escanea permanentemente a todo el mundo y, por lo tanto, el desarrollo de los sistemas de inteligencia artificial va a ser más rápido al no tener que cumplir tantos requisitos ni ser necesario pasar por un comité de ética. Por otro lado, surgen cuestiones muy interesantes. Recientemente, en un congreso se planteaba la pregunta de a quién pertenecían los pensamientos, porque podremos obtener datos neurológicos a través de estudios cerebrales, algo muy íntimo. ¿Quién es el responsable? ¿El hospital, el médico, el paciente? Son preguntas que plantean grandes retos con respecto a la ética para saber hasta dónde podemos llegar. De hecho, una de las grandes cuestiones relacionadas con el deep learning tiene que ver con el reconocimiento de las emociones y su uso como datos, lo que tiene unas implicaciones comerciales tremendas. Mientras estamos viendo una película puede que analicen nuestra expresión o si nos reímos, o conocer en qué momentos detenemos la reproducción para fijarnos en algún personaje. Los sentimientos son muy importantes a la hora de vender productos.
No creo que nos quedemos atrás, porque aquí también contamos con grandes centros de investigación. El control tecnológico sobre la población que realizan ciertos países es tremendo, pero se trata de cuestiones más relacionadas con la seguridad que con otro tipo de desarrollos, como los médicos. En varios países asiáticos hay cámaras en todas partes y todo queda grabado, pero yo prefiero vivir en un país europeo con una buena regulación.
Es un lujo que contemos con una agencia estatal de este tipo en A Coruña, un logro para el que la UDC jugó un papel fundamental. El anterior rector, Julio Abalde, siempre creyó que era posible conseguirlo, y el vicerrectorado, los investigadores y las empresas aunaron fuerzas para alcanzar el objetivo. Hay que comenzar a trabajar en el desarrollo de un comité ético que participe en la planificación y desarrollo de los proyectos, como el propio comité de ética de la investigación y la docencia que tenemos en la Universidad de A Coruña —la única de nuestra comunidad que está acreditada por el Comité Ético de Galicia para pruebas biomédicas—. En él deben participar profesionales de ámbitos muy diferentes, como informática, derecho, filosofía y bioética, porque se van a plantear muchas cuestiones.
No sé cuál sería la solución a este problema, porque no hablamos solamente de creación de texto, sino de imágenes y vídeos. En ese sentido, la legislación europea también es muy garantista con respecto a la usurpación de la identidad, para que nadie pueda coger una entrevista en televisión y cambiar la cara del entrevistado por la de otra persona. Y ya hemos visto cómo una cadena de televisión ha utilizado a una presentadora virtual en algún programa. Hay muchos desafíos en el ámbito de la comunicación, pero no es el único. También se están abriendo grandes retos en educación.
Se está planteando volver a pruebas orales, porque en asignaturas donde únicamente se valoraban trabajos escritos ya es muy complicado saber quién es el autor real de ese texto. Todos sabemos que hoy en día se puede escribir un artículo empleando ChatGPT u otros chatbots comunes. Es un debate parecido al que surgió en su día con las calculadoras, cuando había personas que eran muy reacias a su uso. La realidad es que no tiene sentido perder el tiempo consultando tablas de logaritmos si podemos resolver el problema presionando un botón. Ahora pasa lo mismo. Tendremos que aprender a convivir con las herramientas de inteligencia artificial.
Yo confío mucho en la mente humana. Es muy difícil que sea superada por la inteligencia artificial, que, a fin de cuentas, no es más que una serie de algoritmos que manejan muchos datos. Está claro que ese es un ámbito en el que no podemos competir con las máquinas, porque no podemos retener tanta información como ellas, pero las personas tenemos otro tipo de habilidades, como la intuición. Podemos guiarnos por ella para tomar una decisión bajo presión, mientras que la IA solo podría regirse por la racionalidad. En todo caso, habrá que ver qué pasará cuando se mezcle la inteligencia artificial con la computación cuántica, porque hay quien dice que el cerebro humano funciona con probabilidades cuánticas. Es algo en lo que se está avanzando mucho, y en algún momento esos dos caminos van a confluir, lo que podría suponer un cambio drástico. No obstante, yo soy optimista por naturaleza, así que estoy seguro de que todos estos desarrollos traerán consigo avances positivos.