El salón de actos de la sede compostelana del Colegio se llenó el pasado 15 de marzo de familiares, amigos, compañeros y discípulos del profesor Manuel Sánchez Salorio —Medalla de Oro y Brillantes de nuestra institución— para conmemorar el primer aniversario de su fallecimiento y recordar el legado de uno de los grandes médicos, intelectuales y pensadores de Galicia. En el homenaje, lleno de emoción, participaron el presidente colegial, Luciano Vidán; el catedrático de Neurología José Castillo y el catedrático emérito de Cirugía Joaquín Potel —ambos en posesión también de la Medalla de Oro y Brillantes del Colegio—; la catedrática de Oftalmología Carmela Capeáns; el director del Instituto Galego de Oftalmoloxía, Elío Diez-Feijoo; y los exrectores de la USC y catedráticos de teoría de la literatura y literatura comparada y de historia contemporánea, Darío Villanueva y Ramón Villares, respectivamente. Entre los invitados estuvieron, además, el exministro, exconselleiro y expresidente del Consejo de Estado, José Manuel Romay Beccaría; el director general de Mayores y Atención Sociosanitaria de la Xunta, Antón Acevedo; la gerente del Sergas, Estrella López-Pardo, y el presidente del Consello Galego de Colexios Médicos, Eduardo Iglesias.
El doctor Vidán abrió el acto calificando a Manuel Sánchez Salorio como “un gallego extraordinario y un médico excepcional. Era un profesional renacentista y una buena persona, además de un intelectual con una gran inquietud por el arte y la historia”. El presidente del Colegio recordó también las dos grandes vocaciones del profesor Salorio: “la primera es Galicia, porque amaba profundamente a su tierra, y la segunda es la docencia. No enseñaba a sus alumnos solamente el arte y el conocimiento actual de la ciencia, sino también el resto de valores que deben acompañar a un buen médico”. Por eso “este es un merecido homenaje en el que, además, contamos con un panel inmejorable de personas que lo conocieron bien y que, desde diferentes ópticas, recogen su personalidad y qué supuso su figura para ellos”.
A continuación, José Castillo comenzó su intervención reflexionando sobre los recuerdos, “que se almacenan en nuestro cerebro en forma de complejos circuitos que implican el trabajo de millones de neuronas”. Se encuentran “en una parte bastante primitiva, el sistema límbico, muy cerca de las emociones. Por esa razón, lo importante del recuerdo es la emoción relacionada con él. Hay que buscar o volver a vivir los que nos aportan valor, nos hacen crecer, nos alegran y nos motivan, los que nos han enseñado algo. Lo que permanece en el recuerdo nunca muere”, aseguró.
Si las personas careciésemos de la facultad de recordar, “la vida quedaría reducida a una mera sucesión de puntos inflexivos con una yuxtaposición de etapas y momentos sin relación ni conexión alguna. Viviríamos solo el aquí y el ahora. Una vida sin proyecto, anclada en el presente, no tiene sentido y estaría condenada al vacío”. En este sentido, “si el recuerdo es un fuerte aliado de la vida, el olvido es un inseparable compañero de la muerte. El olvido borra todo vestigio del pasado y de su existencia”, lo que obstaculiza “el deseo humano de sobrevivir, aunque solo sea en el recuerdo. Se vive recordando a los demás y deseamos que los demás nos recuerden a nosotros. La relación que tenemos con nuestro propio pasado determina, en cierta medida, quiénes somos en el presente y, sobre todo, quiénes seremos en el futuro”.
El profesor Castillo también repasó su relación con el doctor Sánchez Salorio. Un vínculo que “durante muchos años fue solo académico y, después, muy personal como amigo y, sobre todo, como paciente”. Recordó su invitación “a participar en varios de aquellos magníficos cursos monográficos de doctorado que cada vez echamos más en falta”, así como su “retranca cariñosa. Hablaba de la soberbia neurológica que anteponíamos a todas las disciplinas científicas —como neurofisiología, neuroquímica o neurociencias— y, sin embargo, decía que nuestro órgano diana solo era la excrecencia posterior del ojo”.
Con el paso del tiempo “fue surgiendo una progresiva relación cada vez más personal y menos académica, y en los últimos años se convirtió en la de un paciente con su médico”. A pesar de que el carácter “incorregible” del homenajeado no hacían de él el mejor paciente, “como persona fue el mejor maestro y un amigo al que sigo echando en falta”, aseguró.
El doctor Castillo concluyó “con una milonga que le gustaba a nuestro recordado profesor Sánchez Salorio: ‘Se me está haciendo la noche en la mitad de la tarde. No quiero volverme sombra, quiero ser luz y quedarme’. Ahora, nos toca a nosotros ir desgranando los recuerdos”, aseveró para finalizar.
Carmela Capeáns —primera mujer en obtener una cátedra de Oftalmología en España— tomó la palabra para referirse a la labor de Manuel Sánchez Salorio desde sus inicios en la Escuela y en el Servicio de Oftalmología de Santiago de Compostela. “Obtuvo la cátedra el 22 de enero de 1963, el mismo día que cumplía 33 años, tras una brillante oposición”. En su vocación universitaria tuvieron mucho que ver “el impacto que causaron en él las enseñanzas del profesor Domínguez y la estancia que realizó en la Clínica de Ojos de la Universidad de Bonn. En aquellos tiempos, la universidad alemana tenía una aura especial”.
En la Facultad de Medicina de la USC “se encargaba de la asignatura de Oftalmología en cuarto curso, y todos los compañeros coincidíamos en que se trataba del profesor más carismático. Impartía absolutamente todas sus clases teóricas, algo que no dejó de hacer hasta su jubilación”. El profesor Salorio contaba “con una brillante oratoria. Si pensamos que la palabra es el núcleo central de la enseñanza, entenderemos su compromiso con la retórica, con la docta elocuencia. Gracias a sus tempranas y numerosas lecturas, se transformó en un maestro del pensamiento”.
Fue “un gran clínico”, afirmó la doctora Capeáns, “y tuvo una generosidad extrema al encomendarnos muy tempranamente responsabilidades para coordinar distintas subespecialidades”. Su gran curiosidad hacía que fuera frecuente “verlo tomando apuntes de nuestras presentaciones en primera fila del aula donde se celebraban los seminarios de la cátedra o en otras sesiones clínicas”.
Manuel Sánchez Salorio, “el profesor, el científico y el maestro triunfó gracias a su perseverancia, a su flexibilidad y a su superioridad intelectual. Podría decirse que ‘el amigo de todos’ —subtítulo de su último libro, Los sueños de Procopio— tuvo una primavera brillante, un verano productivo y un otoño alejado”. En este último período “parece haber regresado a sí mismo para ser filósofo, escritor y dueño de su tiempo. Y así, con la verdadera sabiduría y la dignidad de la vejez, abrió su yo de pensador creativo. Los más bellos y armónicos de sus escritos surgieron en esta época de recogimiento interior”. Con todo lo dicho hasta ahora, “muchos podrían pensar que el profesor Solorio solo sabía vivir entre libros y pacientes, pero nada más lejos de la realidad. Su vida era un disfrute, y gozaba con lo cotidiano: con el sol de los días radiantes, con la naturaleza o con la gastronomía, una de sus grandes pasiones”.
Luego fue el turno de Elío Diez-Feijoo, que se centró especialmente en la labor desarrollada por su maestro como impulsor del Instituto Galego de Oftalmoloxía, “donde estableció su segunda casa. Todos los profesionales del instituto tuvimos el privilegio de trabajar a su lado y crecimos con él durante un tercio de su vida”. El objetivo del profesor Salorio, explicó, era conseguir “un buen funcionamiento del equipo y un lugar de trabajo amable que fuera técnicamente pionero y económicamente rentable”. Su filosofía de trabajo estaba basada “en asumir la responsabilidad, pero también en el compromiso y el reconocimiento del mérito, con lo que fomentó un sentido de identidad y de pertenencia”. El INGO supuso “un modelo de autogestión dentro de la sanidad pública que sirvió de guía para otras instituciones sanitarias en España”.
Manuel Sánchez Salorio “era un oftalmólogo brillante, con gran formación y experiencia”. Además, “su capacidad para guiar y facilitar el crecimiento profesional de sus discípulos fue, probablemente, uno de sus mayores legados. Siempre mostraba empatía y proximidad para comprender y conectar con el paciente. Quería se sintiese arropado, no solo bien diagnosticado y tratado.
Por otro lado, explicó el doctor Diez-Feijoo, “su vida fuera del ámbito profesional reflejaba su pasión y curiosidad. Tenía un carácter optimista y divertido. Le gustaba aprovechar los momentos de ocio con lecturas, pero también disfrutar de cosas sencillas como una escapada a la playa o una comida con amigos”. En su opinión, “los viajes fueron una parte importante de la vida del profesor Salorio. Todos hemos coincidido con él en reuniones o congresos. Ejercía de maestro de ceremonias, se mostraba feliz y seguro rodeado de discípulos y amigos que había apadrinado cultivando el afecto y la amistad entre la comunidad oftalmológica”.
El doctor Sánchez Salorio “vivió una vida completa y feliz en toda la extensión de sus actividades profesionales e intelectuales. Y la prolongó sacando partido a su personalidad ilustrada, pero también a su espíritu divertido y vital. Considero que su legado probablemente más importante sea el ejemplo que nos dejó de su manera de vivir, capaz de combinar la pasión por el trabajo, la curiosidad por el saber y el amor por la vida. La imagen que conservamos en el recuerdo es la del maestro con esa mirada inteligente, algo pícara y curiosa, expresando y contagiando siempre su vitalidad”.
Joaquín Potel, por su parte, afirmó que el profesor Sánchez Salorio, con sus logros, fue “uno de los ejemplos a imitar para saber mantener una actitud sin complejos en unos tiempos que no eran fáciles. Contribuyó a que el nombre de Galicia y su medicina fueran conocidos y considerados más allá de Pedrafita”.
En los momentos fundacionales del Hospital General de Galicia “lo fue todo, y ejerció un liderazgo indiscutido en tiempos difíciles, de contradicción y de mudanza con vicisitudes históricas en la universidad e ideas confusas y graves problemas en la facultad y en el hospital. Su criterio y opiniones fueron muy tenidos en cuenta a la hora de tomar decisiones por los equipos de gobierno”. Según indicó el profesor Potel, “su prestigio y su condición de líder no solo derivaba de su calidad profesional más que contrastada, sino también de sus cualidades personales, con una personalidad optimista y alegre. Era un entusiasta del trabajo en equipo, culto, de espíritu abierto y crítico, tolerante, bon vivant y con gran sentido del humor”.
Manuel Sánchez Salorio, “además de un magnífico profesional médico y maestro universitario, era un intelectual de mirada crítica que procuraba dar algo de claridad y lucidez a todo lo que cruzaba por delante de su puerta: la universidad, la medicina y los grandes —también a veces los pequeños— problemas del mundo de nuestro tiempo”. No se limitaba a describir, “sino que analizaba”. Fue capaz de “de dirigir su mirada más allá de la realidad cotidiana e intentar buscar respuestas a los problemas con los que tropezaba y, como muchos antes que él, comprobó a veces que las respuestas no eran sencillas o no existían, pero que valía la pena pensarlas”. Sus ideas sobre la medicina general y el ejercicio profesional “se inspiraban en su firme creencia en la necesidad de volver a una medicina humanizada como contrapeso a una medicina supertecnificada y digitalizada”
“Ahora”, concluyó el profesor Potel, “cuando ya no habrá más Procopios ni visitas de Corvus, creo que mantengo mi fidelidad a su memoria si lo imagino disfrutando para siempre de ‘mañanciñas de sol para cabalgar e soños para fuxir’”.
Sobre la figura de Manuel Sánchez Salorio en el ámbito universitario incidió Darío Villanueva. “Si hoy preguntamos cuáles son la funciones de la universidad nos dirán que hay tres: crear y transmitir el saber, formar a los profesionales y transferir conocimiento a la sociedad —algo que siempre ha existido en las facultades de medicina debido a la dimensión de aplicación clínica a la realidad y al mantenimiento de la salud—“. Sin embargo, José Ortega y Gasset no hablaba de la transferencia de conocimiento. Para él, la tercera función —y la más importante— era la creación y transmisión de la cultura”. Se mire como se mire, el profesor Sánchez Salorio es un ejemplo de cumplimiento estricto y fecundo de todas ellas. Fue científico, generador de conocimiento, investigador, gran profesor y creador de una escuela desde la que se transmiten todos esos conocimientos teóricos a la práctica de la salud oftalmológica. Y, además de todo ello, un formador de profesionales y un universitario culturalmente extraordinario”.
El exrector de la USC también se refirió a la endogamia, algo que se suele achacar a las universidades españolas. Sin embargo, “creo que la endogamia es muy semejante al colesterol: la hay LDL y HDL. Manuel Sánchez Salorio es un ejemplo de endogamia buena: es hijo y sobrino de oftalmólogos, licenciado y doctorado en la Universidad de Santiago de Compostela”, donde también fue “profesor y catedrático”. “La feliz endogamia que él representaba dio como frutos la proyección de ocho catedráticos y muchos profesores titulares de Oftalmología a universidades de toda España, dándole la vuelta a la enfermedad patológica de la endogamia que tantas veces se nos atribuye”.
A su ejemplo “excepcional”, afirmó, “hay que añadir la vivencia amistosa del aprendizaje sobre la vida, la cultura y la propia realidad que siempre obteníamos todos los que tuvimos la suerte de compartir con él momentos absolutamente inolvidables.”
Durante el acto también se abordó su papel en la cultura, en este caso con la intervención de Ramón Villares, que explicó que el doctor Sánchez Salorio “era un médico que tiña preocupacións moi distantes da súa profesión. Posuía unha vontade de entender o mundo exterior e, ademais, facelo dándolle máis importancia ao estímulo que ao método”. Con este último “pódense facer cousas relativamente repetidas e podes chegar a conseguir moitos logros, pero o estímulo implica a curiosidade e a vontade de saber máis do que se sabe. El nunca deixou de pensar que había que atreverse a saber”.
El profesor Villares incidió en el papel del homenajeado como pensador e intelectual, “como buscador de respostas para preguntas que se formulaba. Non sempre era posible obter esas respostas, pero foi capaz de aportar moitas cousas neste ámbito”. Destacó un artículo publicado en 1970 en La Voz de Galicia con el que ganó el premio Fernández-Latorre, titulado En el filo de dos décadas, tríptico para un tránsito. En él, “reflexionaba sobre o punto no que se encontraba Galicia, a súa cultura, a súa economía e a súa esencia. Esa publicación esixiu moita lucidez, algo de coraxe e apostar por unha interpretación de Galicia non pesimista co seu presente, senón con posibilidades de cara ao seu futuro”.
Manuel Sánchez Salorio “desenvolveu un labor de extensión cultural sen ser prescritor do que hai que facer. Detectaba moitos problemas, e o seu afán era conseguir saber que está a suceder verdadeiramente e a onde imos”. Esta práctica intelectual “de ser un sociólogo da vida contemporánea e analista do que sucede dálle unha dimensión diferente”.
Ramón Villares también hizo hincapié en el amor por la vida que demostraba constantemente y que ejemplificó con otro de sus artículos, titulado Zapateira mon amour, dedicado a una de sus grandes pasiones: el golf. “Calificaba este deporte como unha especie de metáfora da vida, que era o que máis amaba. Preocupáballe moito a transcendencia”. Fue “un maestro dentro e fóra da universidade, cun sentido institucional e cultural que ía moito máis alá do que poidamos imaxinar, e cun compromiso con Galicia moi forte. Agora quédanos a súa memoria”.
Para terminar, el presidente colegial intervino de nuevo para repasar su relación con el homenajeado y su vinculación con el Colegio. “Conocí a Manuel Sánchez Salorio antes de conocerlo”, aseguró. “Nuestra relación más intensa fue en el atardecer de su vida, pero ya cuando era un niño escuchaba a mi padre hablar maravillas sobre él, porque hizo mucho para ayudar al nacimiento de la podología en Santiago. Su figura, por lo tanto, trasciende lo puramente médico”. Más tarde “fue mi profesor en la universidad, donde, más allá de las clases, se convirtió en alguien que trataba de infundir un espíritu crítico y hacer que nos expresáramos sobre la realidad convulsa que estábamos viviendo”. El doctor Sánchez Salorio “era también un visionario que creía en una medicina que atiende al paciente en su globalidad y que empatiza con él”, afirmó Luciano Vidán.
También participó activamente en la vida colegial y formó parte de la Junta Directiva de la institución en representación de la Facultad de Medicina de la USC, “y estuvo muy implicado en el ámbito de la formación y de la cultura en general”. Su calidad profesional y humana le hicieron merecedor, en el año 2010, de la Medalla de Oro y Brillantes, “la máxima distinción que otorga el Colegio”. También destacó “su gran labor como miembro del patronato de la Fundación Santiago Rey Fernández-Latorre” y “sus magníficos artículos publicados en La Voz de Galicia, que firmaba como Procopio o Doktor Pseudonimus y que demuestran que era un gran pensador y que tenía unas dotes de comunicación extraordinarias para transmitir sus ideas”.
Más allá de todo ello, “para los que hemos tenido la fortuna de conocerle y tratarle quedará para siempre con nosotros su recuerdo como amigo y consejero. Es de justicia agradecerle, allí donde esté, lo mucho que nos ha ayudado en el terreno personal y en el ámbito del Colegio”.
Antes de dar por finalizada la sesión, el presidente del Colegio cedió el micrófono a José Manuel Romay Beccaría, cuñado de Manuel Sánchez Salorio, que calificó el evento como un “testimonio admirable de la labor que llevó a cabo una persona extraordinaria, a la que conocí recién llegado a la Universidad de Santiago en la residencia de los jesuitas. La luz de su cuarto siempre tardaba mucho en apagarse porque a sus compañeros nos gustaba visitarlo para hablar sobre cualquier tema. Era un conversador extraordinario y poseía una lucidez para resolver problemas que le hacía ganar la confianza y el afecto de todos los que nos encontrábamos cerca de él”. El profesor Salorio “y otros como él abrieron nuestro país a la cultura europea. Se trataba una persona excepcional cuyo ejemplo y valía nos enseñó a muchos una forma de entender la vida y el saber comparable a la de los mejores del mundo. Fue un adelantado a su tiempo”.